por Raquel Pozzi
El ataque con drones yemeníes a las instalaciones saudíes de ARAMCO en Abqaiq y Khurais en el este del reino saudí, ha determinado una nueva fase de los conflictos no sólo en la península arábiga sino también en el Golfo Pérsico. Si bien la turbulencia en la región comenzó con la retirada de los Estados Unidos del Pacto Nuclear -PAIC- y las sanciones económicas contra la República Islámica de Irán, no obstante es necesario aclarar que los estados que componen tanto la península como el golfo tienen sus propias connotaciones políticas, económicas, sociales y culturales.
Tanto el Reino de Arabia Saudí; como el Reino de Bahréin; Estado de Qatar; Emiratos Árabes Unidos; Estado de Kuwait; el Sultanato de Omán; República de Irak y República Islámica de Irán son estados de regímenes políticos complejos y sería una tarea titánica proponer un análisis minucioso de cada uno de ellos en esta columna. La propuesta es analizar el escenario regional actual a partir del ataque o sabotaje realizado a las instalaciones petroleras saudíes.
El antecedente histórico contemporáneo del aumento estrepitoso del petróleo se produjo en el año 1973 como consecuencia de las guerras árabes-israelíes luego de Yom Kippur, cuando los estados árabes consideraron que las contiendas militares contra el Estado de Israel no les eran favorables, utilizaron su potencial con respecto al recurso más importante para generar la “guerra del petróleo” y como efecto dominó, la crisis económica global de los años 70, que a su vez propuso la configuración y consolidación sistemática del neo–conservadurismo en los Estados Unidos con Ronald Reagan y el Reino Unido de Gran Bretaña con Margaret Thatcher.
En la turbulenta región, que desde la visión europeísta se propone llamar “Oriente Medio”, el petróleo ha sido la moneda de cambio para resolver o profundizar conflictos. En este caso el aumento del precio del oro negro responde al ataque de drones hutíes yemeníes sobre las instalaciones más importantes del corazón petrolífero saudí.
El Consejo de Shura en Arabia Saudita fue convocado para gestionar resoluciones con respecto al perjuicio económico y a las amenazas hutíes desde Sanna alegando según el portavoz hutí que “sus manos largas pueden llegar a donde quieran sino detienen su agresión y asedio a Yemen”. Si bien no es una acción aislada sino reiterada, no deja de tensar los conflictos generados desde la salida de los Estados Unidos del PAIC y las reyertas militares en el Estrecho de Ormuz. Esta acción reiterada trata de concentrar mayor conflictividad en una región ecléctica en cuanto a formas de gobiernos y relaciones de vecindad. La situación con respecto a la ruta del petróleo podría derivar en varias interpretaciones.
El Golfo Pérsico no es una región monolítica
En el imaginario colectivo persiste la idea reduccionista de recostar los análisis sobre la variable religiosa, específicamente en el conflicto que sostienen los sunníes contra los chíies, pero la complejidad del mosaico “islam político” requiere otro capítulo. En este caso considero imperiosa la necesidad de aclarar que la guerra no es deseada en la región más allá de los intereses estratégicos entre los saudíes, yemeníes e iraníes.
El Reino de Bahréin y sobre todo el régimen de los Al Jalifa prefieren mantener la calma luego de un extenso proceso de manifestaciones contra la dinastía. El temor a las revueltas y la memoria activa que dejó el proceso de “La primavera árabe” neutraliza cualquier intento de alianza que se presuma “peligrosa” para los intereses propios. La preferencia de Bahréin es mantener lazos con los Estados Unidos y el Reino Unido para frenar las intenciones de derrocamiento y la presión ejercida por el partido de la oposición “La Sociedad Nacional islámica Al Wefaq”. Manama –ciudad capital- se convirtió en el centro operativo de los activistas desde el año 2011 donde las protestas según el régimen provienen del ala chiíta gestionados desde Irán. Está claro que tanto el rey como el primer ministro intentan preservar la calma aunque con ejecuciones y la actual situación no es el escenario ideal para la dinastía de los Al – Jalifa.
Con respecto al Estado de Qatar la situación pendula entre el rencor por la expulsión por parte de Arabia Saudita del Consejo de Cooperación del Golfo y el gran proyecto del mundial de fútbol 2022. La familia Al–Zani y funcionarios emiratí han sido acusados de corrupción en torno a las inversiones millonarias realizadas para los Juegos Asiáticos del año 2006 y la próxima Copa Mundial de Fútbol 2022.
El régimen absolutista qatarí no es del agrado de los saudíes y mucho menos de la República árabe de Egipto por las sospechas de los lazos cooperativos entre el régimen de Qatar y la Hermandad Musulmana. Entre bloqueos y sanciones la dinastía Al – Zani ha bajado los decibeles en los enfrentamientos, prefiriendo cooperar para mantener la paz en la región en vistas a los eventos de envergadura mundial.
Asimismo el Estado de Kuwait condenó enérgicamente los ataques contra las instalaciones saudíes considerándola en los mismos términos que la dinastía Salman “un acto de sabotaje que atenta contra la seguridad y estabilidad de Arabia Saudí, proveedora de la energía global” La posición de los Al–Sabah no difiere del Sultanato de Omán ya que persiste la idea de ser mediadores si se profundiza el conflicto entre los Estados Unidos e Irán.
Entre la guerra y la paz
Dentro del Consejo de Cooperación del Golfo reina la división con respecto a la guerra, pero sobre vuela con mayor potencia los resabios de “La primavera árabe”. Los príncipes herederos más importantes del Golfo, Mohamed Bin Salman y Mohamed Bin Zayed tienen posiciones encontradas pero intereses que los aúna. La confrontación contra Irán se ha focalizado hace más de un lustro en Yemen, pero la intromisión de los Estados Unidos en la contienda obligo a recalcular los movimientos de los regímenes de la región. Aunque la inteligencia artificial aporta un capítulo diferente con respecto a los ciber-ataques, el petróleo sigue siendo el recurso que domina los ánimos en el mundo.
El alza del precio del oro negro puede ser visto como un problema pero también como la gran solución para las economías de algunos estados que integran la OPEP; para atosigar a la República de China que requiere del recurso iraní como también para los estados de la Unión Europea que bregan por resolver el conflicto con Irán. Estados Unidos se involucra indirectamente con la nueva versión de la guerra del petróleo en el Golfo Pérsico, una táctica repetida: desde lejos y acercando la chispa detonante.